sábado, 22 de enero de 2011

Una enfermedad contagiosa

 El cielo dejaría de ser cielo, si los pecadores, grandes o pequeños, entraran en él sin haberse limpiado de sus pecados previamente. Esa fue la causa por la que Dios en su misericordia mandara a su Hijo a nacer por medio de la bienaventurada virgen María y tomara nuestra humanidad, y cargara con nuestro pecado en la cruz, pagando lo que nosotros merecíamos, para que con su sangre nos limpiara de todo pecado, si arrepentidos lo creíamos y le pedíamos a Dios el perdón por los méritos de su Hijo. De no ser así, no se puede entrar al cielo.

En los días de Cristo, habían ciertas enfermedades que eran declaradas inmundas, y la persona que tenía la desgracia de contraerla, era impedida para entrar al templo y de tener contacto con otras personas, a fin de no contagiar la enfermedad. Tales personas, dejarían de ser inmundas, si lograban sanarse. Sólo entonces se someterían a ciertos ritos para ser declarada limpia.

De las enfermedades inmundas, la que mejor representaba al pecado, era la lepra. El individuo que la contraía, lo expulsaban de la ciudad y de su familia; incluso, si por el camino que él iba, divisaba a una persona, debería de avisarla diciendo: ¡Soy leproso, soy leproso!, para que se guardara de contagiarse. De modo, que el leproso, con las únicas persona que podía relacionarse, era con otros leprosos como él...

Dicha ley, se llevaba a cabo para que la enfermedad no se propagara. Así que, con todo el dolor que ello pudiera producir en la familia, si algún miembro contraía dicha enfermedad, era echado de casa y de la ciudad…

Ceremonialmente hablando, tan inmunda era la persona, con mucha o con poca lepra; el solo hecho de tenerla le hacía inmundo. Y nosotros, de la misma forma no podemos entrar al cielo, sea con muchos o con pocos pecados, por grandes o por pequeños. Eso es lo que dice el Señor en su Palabra: El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras Y TODOS LOS MENTIROSOS, tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. De modo que al cielo: No entrará… ninguna cosa INMUNDA, o que hace abominación Y MENTIRA, sino solamente los que están INSCRITOS en el libro de la vida del Cordero. (Apocalipsis 21. 7-8 y 27)

Los INSCRITOS no quiere decir, que son todos aquellos que han nacido para ir al cielo, porque NADIE nace para ir al cielo o para sufrir el infierno, como nadie nace cristiano. Todos podemos ir al cielo, con tal que llenemos los requisitos que a todos se pide. Requisitos que de un modo escueto trataré de explicar:

1.-) Tienes que reconocerte pecador. Y para esta confesión tenga valor, no basta con decir: Soy pecador, sin un verdadero arrepentimiento. No te olvides que, el cielo en tan limpio e inmaculado, que ni la mentira puede entrar…

2.-) Debes arrepentirte de tus pecados, es decir: sentir vergüenza y dolor por haber ofendido a Dios y a tu prójimo. Entonces querrás ardientemente cambiar de forma de ser; y como esto es imposible para ti, tendrás que llegar al punto siguiente,

3.-) Pedir el perdón de tus pecados a Dios, por la sangre y los méritos de Cristo, y

4.-) Serás salvo Y LO SABRÁS, porque: El Espíritu mismo da testimonio a tu espíritu, de que eres un hijo de Dios. (Romanos 8. 16) Amén.

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