sábado, 22 de enero de 2011

Muros invisibles


El muro de Berlín se alzó el 13 de agosto de 1961 dividiendo la capital berlinesa en dos, y se derribó después de 28 años, o sea el 09 de abril de 1989. Dicho muro separó a muchos amigos, familias, negocios… y causó la muerte de muchas personas.

No es difícil imaginar la sorpresa de los berlineses cuando al despertar una mañana, se encontraran con una multitud de soldados poniendo alambradas pinchosas, que más tarde se convirtieron en un muro. ¡Menuda tragedia!

Es de suponer que dicho muro causó gran dolor a muchísimas personas. Pero, por desgracia, existen otros muros que nosotros hemos levantado que son más duros de romper. Los cuales consisten en familias divididas, por las razones que sean, pero que no hay maneras de poder reconciliarlas. Y si alguna persona trató de poner paz en ambas familias, lo que consiguió fue avivar el fuego del odio y que se lanzaran los peores insultos los unos contra los otros, quedando el mediador frustrado y avergonzado. Dichos clanes tienen tanto rencor acumulado que llegan hasta la muerte sin perdonarse. Triste, pero real.

Otro  muro es el de los matrimonios rotos. Son muchos los cónyuges que están en la casa pero viven separados. Sin saber por qué, entre la pareja se levantó un muro, el cual llevó al matrimonio al fracaso, de modo que cada uno vive su vida. Y los hijos, no sólo lo ven y lo perciben, si- no que sufren las consecuencias.

Hay muros de todos los ti pos y de todos los gustos. Los hay entre compañeros de colegio y del trabajo, entre socios, entre vecinos, etc.,  y, ¡cómo no! también entre Dios y nosotros, y los culpables somos nosotros, aunque sea Él el que pague los platos rotos, como bien dijera el profeta: Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Yahvé cargó en Él el pecado de todos nosotros. (Isaías 53. 6)
Son muchos los muros, que a través del tiempo hemos levantado, los cuales hacen que nuestra vida resulte incómoda. Y estoy convencido que dichos muros tienen su raíz en los aleja dos que andamos de Dios, a pesar  de nuestra apariencia cristiana, tal como lo denunció el mismo Señor cuando dijo: Este pueblo de labios me honra, mas su corazón está lejos de Mí. Y más tarde dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre. (S. Mateo 7. 6 y 21)

Pero el rey de los muros es sin lugar a dudas, el PECADO, el cual nos ha separado y nos sigue separando de Dios. Y contra el pecado el cual nos domina, nosotros no podemos luchar; PERO hay UNO que lo hizo por nosotros. S.Pablo nos dice: Porque Él es nuestra paz, que… derribó la PARED intermedia de separación… y mediante la cruz nos reconcilió con Dios. (Efesios 2. 14 y 16)

Para derribar el muro que nos separaba de Dios Padre, Cristo derramó su preciosa sangre con la que nos limpia de todo pecado. Así lo afirma su discípulo amado: …la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 S.Juan 1, 7) Pero para que dicha realidad tenga su efecto en ti, es necesario que tú lo creas, para que al igual que por la fe cayeron los MUROS de Jericó, (Hebreos 11. 30) de la misma forma, por la fe en Cristo, tus pecados tu muro sea quitado.

Si lo crees y confías que Cristo con su muerte derribó el muro del pecado, te salvarás.

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