sábado, 22 de enero de 2011

¿Quién pecó, éste o sus padres?


A todo lo que le sucede a nuestro vecino de desdichas o de accidentes, le buscamos una explicación religiosa, más bien yo diría supersticiosa diciendo: ¿Qué habrá hecho cuando así ha sido castigado por Dios?

Es posible que Dios, en su sabiduría y amor sublime, haya empleado dicho método, -el de la disciplina- para despertar a tal persona, para que venga al conocimiento de la Verdad y sea salva, porque: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién  fue su consejero?, (Romanos 11.  33-34) pero muchas, muchísimas veces, solemos equivocarnos haciendo ligeros y fáciles juicios.

Un día pasaba Jesús por cierto lugar y vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego. Ahora, observa la justa contestación con la que Jesús respondió: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifieste en él… Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos  del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue, entonces, y se lavó, y regresó viendo… (S.Juan 9. 1-7) Quedando bien claro, que no siempre los males que nos vienen son causados por culpa de nuestro pecado, sino que Dios los permite, para que Sus obras se manifiesten en nosotros. Pero la cuestión es: ¿Le dejamos que Él haga su obra en nosotros o se la impedimos? ¡Esa es la cuestión!

Figúrate por un momento, que el Señor después de hacer el lodo, al acercarse al ciego para intentar untar las cuencas de sus ojos, éste, con ira y violencia le hubiera dicho: ¿Pero quién te has creído que eres para atreverte a mancharme? ¿Qué hubiera pasado?, lo más seguro, que se hubiera quedado como estaba, ¡ciego! Es lo que te pasará a ti, amado lector, si no le dejas al Señor hacer Su obra en tu corazón.

Has de saber que el Señor Jesús no podrá entrar a tu corazón si tú no le das el permiso. Considéralo tu mismo, pues Él te dice: Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré… (Apocalipsis 3. 20) Quizás tengas razones familiares o de amistades que te impidan dejarle entrar… pero el caso es, que si rechazas la oferta, quedarás como estás, ¡ciego! Espero que le pidas al Señor y le digas: Abre mis ojos y miraré las maravillas de Tu ley. (Salmo 119. 18)

Ojalá que todo lo dicho hasta aquí, te haga pensar y meditar; y si tienes algún problema, en vez de perder el tiempo preguntándote: ¿Por qué me pasa esto a mí? Te examines y te digas: ¿Para qué me pasa esto a mí? Porque el Señor siempre todo lo permite para nuestro bien.

Cuando andas afligido, sueles preguntarte, con cara de mártir: ¿Por qué me ocurre esto a mí? Dando a entender, con dicha actitud y de un modo indirecto, la buena persona que soy, y por lo tanto no merezco este o aquel disgusto o problema… Y lo decimos, porque creemos y estamos convencidos, que Dios nos ha castigado injustamente

Deberíamos ser más sabios y en vez de interrogarnos: ¿Por qué Señor?, tendríamos que preguntarnos: ¿Para qué Señor? O sea, deberíamos hacernos un examen de conciencia para saber lo que el Señor intenta enseñarnos; porque todo lo que Él permite, siempre es para nuestro bien, pues no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. (S.Pedro 3. 9)

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