domingo, 30 de enero de 2011

Si fuéramos buenos…

Este es el clamor de muchísimas personas: ¡Qué maravilloso sería si todos fuéramos buenos!. Otros llegando más lejos dicen: Si Dios todo lo puede, ¿por qué no hace que todos seamos personas justas y buenas? Y al decirlo, quedan con sus rostros erguidos y desafiantes como si el Señor no pudiera responder a tal necedad. A la vez con dicha insinuación pretender demostrar que Dios no existe y que todo es leyenda, porque dicen: Si existiera y tuviera los poderes que le arrogan, podría hacer que todos viviéramos en armonía…

Con razón Dios apunta: Dice el necio en su corazón: No hay Dios, y en otro lugar: Entended necios del pueblo; y vosotros, fatuos, ¿cuándo seréis sabios? El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá? (Salmos 53. 1 y 94. 8-9)

Cuando nuestros primeros padres vivían en el Edén, o sea, en el huerto del Placer y su trabajo consistía en no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, de labrar la tierra y guardarlo, porque el Señor hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer. (Génesis 2. 9) Pero el hombre, Adán y Eva, deliberadamente desobedecieron, y ¿sabes por qué? Porque ellos no eran robots ni unos androides que mecánicamente debían y tenían que obedecer a su Creador.

Ellos fueron creados a la imagen de Dios, -y así nosotros, sus descendientes-, Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, con forme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó. (Génesis 1. 26-27) De modo, que el hombre, que no era un autómata, decidió, tristemente para él como para nosotros, desobedecer a Dios, a pesar de la advertencia que pesaba sobre él: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. (Génesis 2. 16-17)

Sí, amigo; podíamos haber vivido en el huerto del Placer cientos de años, hasta que Dios nos llamara a su presencia, pero nosotros, en Adán y Eva, decidimos elegir nuestro mal. ¿De qué nos quejamos ahora?.

Antes de terminar quiero decirte algo importante al respecto, y es que no fue fácil para el Creador el poder salvarnos, porque estaba escrito: El alma que pecare esa morirá, (Ezequiel 18. 4) y que yo sepa, todos hemos pecado; así que Dios, en Su amor no podía decirnos, así por las buenas: Te perdono, sin castigar antes el pecado, porque de hacerlo, menoscabaría Su justicia
De modo que por un lado Su justicia reclamaba nuestra condenación y por el otro, Su amor quería salvarnos. ¿Qué hacer? Fue un gran problema que la santísima trinidad solucionó con un gran costo, ya que el Hijo de Dios tuvo que morir y derramar su sangre para poder perdonarnos, ya que la sangre de Jesucristo su hijo nos limpia de todo pecado. (1 S. Juan 1. 7)

Ahora, todo el que se arrepiente de sus pecados y le pide a Dios el perdón de los mismos y cree que Cristo pagó por ellos, el Espíritu Santo le declara hijo de Dios, pues: El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. (Romanos 8. 16) ¡Sólo así podremos hacer volver la paz a la tierra!.


            

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