Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. (Salmo 42. 1-2) Así cantaba el salmista dando rienda suelta al anhelo de su alma, pues nadie le podía impedir expresar lo que sentía.
Las personas somos seres sociales y por lo tanto necesitamos comunicarnos con otros y poder abrir nuestro corazón para exponer nuestras preocupaciones a alguien de nuestra confianza. A veces, para poder desahogarse, -porque nadie les escucha- pagan la consulta de un sicólogo o de un siquiatra para que las escuchen, aunque dichos facultativos, como humanos, no puedan dar solución a sus problemas, pero por lo menos alguien los escucha y los atiende, lo que les hace bien.
Todo eso sucede porque a todos nos cuesta mucho escuchar, todos queremos hablar, sin darnos cuenta que Dios nos creó con una boca y nos dio dos oídos, a fin de escuchar más y hablar menos. Pero resulta que todos queremos ser escuchados de modo que, muchos de nosotros valiéndonos de nuestra autoridad de padres, mandamos callar a nuestros hijos, el profesor al alumno, el capitán al soldado, etc. ahogando de este modo sus argumentos. ¿La razón? Es bien sencilla: Sólo queremos hablar nosotros.
Conozco a una persona a quien le agrada y tiene paciencia para escuchar -sin cobrar ni un céntimo- y que nos puede ayudar a sentirnos mucho mejor y a la vez puede y está dispuesta a solucionar nuestros problemas morales y espirituales. Sí, lo has adivinado: Es Jesucristo.
Aunque pienses que es una tontería, me atrevo asegurarte, que el Señor Jesús es tan real y personal hoy como lo fue cuando vivía y pisaba este mundo. Tú puedes comunicarte con Él si así lo deseas, ¡te aseguro que te atenderá! El te reta y a la vez te anima diciéndote: Clama a MÍ, y Yo te responderé… (Jeremías 33. 3) Si tú clamas al Señor te responderá de la misma manera.
En cierta ocasión, un padre apenado por su único hijo, vino a Jesús el cual se hallaba en un monte con tres de sus discípulos y el padre rogó a los discípulos que habían abajo que curaran a su hijo, pero éstos no pudieron. Al descender Jesús de la montaña, el padre salió de entre la multitud y clamó diciendo: Maestro te ruego que veas a mi hijo… (S.Lucas 9. 38) y Cristo le devolvió a su hijo sano. Haz tú lo mismo. Ven a Aquel que dijo: Clama a MÍ, y Yo te responderé…
Hubo un endemoniado en Gádara que clamó y fue sano. Antes andaba desnudo, dando gritos, y su fiereza era tal, que nadie le podía dominar. Después, las gentes, vieron al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal. (S.Marcos 5. 15) En el endemoniado también se cumplió la promesa de Clama a MÍ, y Yo te responderé… ¡Prueba y convéncete!
Por último te diré, que un ciego llamado Bartimeo, mendigaba a las puertas de Jericó, cuando oyó voces y preguntó qué sucedía, al decirle que pasaba Jesús de Nazaret, dio voces diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y los que iban delante le reprendían para que callase; pero él CLAMABA mucho más… (S.Lucas 18. 38) como resultado pudo ver.
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