sábado, 22 de enero de 2011

Clama a Mí, dice Dios

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. (Salmo 42. 1-2) Así cantaba el salmista dando rienda suelta al anhelo de su alma, pues nadie le podía impedir expresar lo que sentía.

Las personas somos seres sociales y por lo tanto necesitamos comunicarnos con otros y poder abrir nuestro corazón para exponer nuestras preocupaciones a alguien de nuestra confianza. A veces, para poder desahogarse, -porque nadie les escucha- pagan la consulta de un sicólogo o de un siquiatra para que las escuchen, aunque dichos facultativos, como humanos, no puedan dar solución a sus problemas, pero por lo menos alguien los escucha y los atiende, lo que les hace bien.

Todo eso sucede porque a todos nos cuesta mucho escuchar, todos queremos hablar, sin darnos cuenta que Dios nos creó con una boca y nos dio dos oídos, a fin de escuchar más y hablar menos. Pero resulta que todos queremos ser escuchados de modo que, muchos de nosotros valiéndonos de nuestra autoridad de padres, mandamos callar a nuestros hijos, el profesor al alumno, el capitán al soldado, etc. ahogando de este modo sus argumentos. ¿La razón? Es bien sencilla: Sólo queremos hablar nosotros.

Conozco a una persona a quien le agrada y tiene paciencia para escuchar -sin cobrar ni un céntimo- y que nos puede ayudar a sentirnos mucho mejor y a la vez puede y está dispuesta a solucionar nuestros problemas morales y espirituales. Sí, lo has adivinado: Es Jesucristo.

Aunque pienses que es una tontería, me atrevo asegurarte, que el Señor Jesús es tan real y personal hoy como lo fue cuando vivía y pisaba este mundo. Tú puedes comunicarte con Él si así lo deseas, ¡te aseguro que te atenderá! El te reta y a la vez te anima diciéndote: Clama a MÍ, y Yo te responderé… (Jeremías 33. 3) Si tú clamas al Señor te responderá de la misma manera.

En cierta ocasión, un padre apenado por su único hijo, vino a Jesús el cual se hallaba en un monte con tres de sus discípulos y el padre rogó a los discípulos que habían abajo que curaran a su hijo, pero éstos no pudieron. Al descender Jesús de la montaña, el padre salió de entre la multitud y clamó diciendo: Maestro te ruego que veas a mi hijo… (S.Lucas 9. 38) y Cristo le devolvió a su hijo sano. Haz tú lo mismo. Ven a Aquel que dijo: Clama a MÍ, y Yo te responderé…

Hubo un endemoniado en Gádara que clamó y fue sano. Antes andaba desnudo, dando gritos, y su fiereza era tal, que nadie le podía dominar. Después, las gentes, vieron al que había sido atormentado del demonio, y que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio cabal. (S.Marcos 5. 15) En el endemoniado también se cumplió la promesa de Clama a MÍ, y Yo te responderé… ¡Prueba y convéncete!

Por último te diré, que un ciego llamado Bartimeo, mendigaba a las puertas de Jericó, cuando oyó voces y preguntó qué sucedía, al decirle que pasaba Jesús de Nazaret, dio voces diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Y los que iban delante le reprendían para que callase; pero él CLAMABA mucho más… (S.Lucas 18. 38) como resultado pudo ver.

La mayoría no tienen la seguridad de la salvación de sus almas, porque han hablado con todos menos con Aquel que dijo: Clama a MÍ, y Yo te responderé… ¿A qué esperas?

No hay comentarios:

Publicar un comentario