domingo, 30 de enero de 2011

Por la boca muere el pez

Cuando uno lee obras del castellano antiguo o ve películas que evocan escenas de los siglos XVI al XVIII, quedo extasiado al ver cómo se expresaban aquellos paisanos, pudiendo percibir cierta educación en la conversación diaria, como también un tono reverente para todo lo sagrado. Hoy, en cambio, ha degenerado tanto nuestro idioma y se ha vuelto tan soez y ordinario el diálogo, que hasta da reparo enchufar la televisión o la radio, por lo que puedas oír.

Es tanta la costumbre que tenemos de escuchar palabrotas que ni nos damos cuenta del lenguaje tan bajo que usamos. Hemos perdido los buenos modales, porque la jerga que utilizamos está embrutecida y la salpicamos con groserías; y como con-secuencia nos estamos volviendo hostiles y violentos. Por eso  Dios nos avisa: No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. (1 Corintios 15. 33)

En estos días de calor, nos sentamos a la puerta a tomar el fresco, y nos horrorizamos al oír a los niños plantar entre col y col una lechuga; es decir: Entre palabra y palabra, un taco, una blasfemia. Y lo dicen con la mayor naturalidad… y los padres tan tranquilos,  ¿no será, porque: De tal palo tal astilla?.

A veces se adquiere esa mala costumbre por haberlo escuchado de tus padres o de personas muy cercanas a ti, pero has de saber que hay remedio. Dios te puede y quiere librar, si arrepentido se lo pides, en el nombre de Jesucristo, el cual derramó su sangre para el perdón de nuestros pecados, pues la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 S.Juan 1. 7) Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conversad en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana -vacía y corrupta- conversación, LA CUAL RECIBISTEIS DE VUESTROS PADRES, no con cosas corruptibles, como oro o con plata; sino con la sangre preciosa de Jesucristo. (1 S.Pedro 1. 17-19)

Lo mismo da que los padres tengan o no cultura, porque de sus bocas sólo salen ternos e imprecaciones. Damos gracias a Dios, que no todo el monte es orégano, pues hay honradísimas excepciones en este caos de maldicientes.

Cuando hablas con amigos con los que tienes la suficiente confianza para decirles, con tacto y delicadeza, lo feo que está pronunciar tacos y blasfemias contra Dios, te encuentras con reacciones muy variadas. Los hay que, de un modo cortés lo admiten, y te dicen que lo hacen sin querer y sin maldad. Sé que lo hacen sin querer, porque es tanta la costumbre que sin desearlo ni pensarlo sueltan el taco; pero sin maldad ¡eso es harina de otro costal! Hemos de saber que toda suciedad que sale de nuestra boca, lleva en sí maldad y pecado. El Señor dijo que …lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, blasfemias. Estas cosas CONTAMINAN AL HOMBRE. (S. Mateo 15. 18-20)

Sé que no es fácil dejar el vicio de decir tacos. Para poder dejar el hábito, el remedio infalible es, sencillamente entregar tu vida al Señor, reconociendo tu fea costumbre y pidiéndole a Él el perdón de tus pecados, y Dios te dará el poder de dominar esa falta. Pero si después de todo lo dicho, decides seguir hablando groseramente,  Dios te dice: ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los borrachos, ni los MALDICIENTES, heredarán el reino de Dios. (1 Corintios 6. 9-10)

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