sábado, 15 de enero de 2011

La frontera búlgara


--Estos jóvenes lo saben: La introducción de Biblias en Bulgaria está formalmente prohibida. Por eso, algunos centenares de metros antes del puesto de aduana se han detenido preguntándose qué va a pasar con los doscientos Evangelios y los cuarenta Nuevos Testamentos en idioma búlgaro que quieren pasar por la frontera. ¿Se lo confiscarán? ¿No corren riesgo de ser encarcelados? ¿Tienen derecho a mentir? Más de una vez elevan sus oraciones a Dios
.
Montan en sus bicicletas y pedalean en dirección al puesto fronterizo. Un agente avanza sobre ellos y, cortésmente, ellos les entregan sus pasaportes. --Aguarden; ahora voy a controlar su equipo de camping.   --¡Cómo no, señor! El vigilante entra en su oficina para abrir… precisamente el saco de dormir que contiene los Evangelios…Mientras el aduanero registra ese saco, un sudor frío humedece la frente de nuestros amigos. Poco después el funcionario vuelve a ellos y les entrega el saco. –Su equipaje parece reglamentario. Pero como verifiqué sólo uno de los sacos, tengo el deber de hacerles una última pregunta: ¿Llevan ustedes libros? No hay contestación.  --¿Comprendieron mi pregunta?, dijo el aduanero. –Sí, señor; debemos decirle que tenemos porciones de la Biblia.  --¿Biblias? ¿Biblias en Bulgaria? Con voz temblorosa, uno de los viajeros contesta: --Sí, señor. –Bien, váyanse… y que hagan buenas lecturas…
Sin precipitación, pero también sin demora, vuelven a montar sus bicicletas.

Mientras pedalean sobre la ruta búlgara, los dos amigos no acaban de sorprenderse por el desenlace del controlador en la frontera. –Es extraordinario, dice uno de ellos, el inspector no ha hallado los Evangelios al registrar el saco de dormir y, al decirle que llevábamos porciones de la Biblia, en lugar de detenernos, nos dejó pasar. Es manifiestamente la intervención de Dios, dijo el otro.

Pero de repente, un vehículo toca la bocina, se adelanta a ellos y se detiene. – ¡Es el aduanero, nos ha engañado. Viene a detenernos!. --¡Qué rápido avanzaron, dijo el funcionario. Al registrar el saco de dormir, dejé caer dos Evangelios, se los traigo. Los jóvenes no contestan, temiendo alguna trampa. –Yo sabía que ustedes escondían libros en sus sacos de dormir, aun antes de abrirlos. Su peso lo demostraba. Pensé que eran cristianos. Aquí conozco a un cristiano. Es un hombre en quien se puede confiar. Quise ponerlos a prueba. No mintieron. Quiero respetar vuestra sinceridad. Están ustedes libres.

--Señor, dijo uno de los jóvenes, ¿no quiere guardar uno de estos libros? –No, gracias, dirigiéndose hacia el auto; luego se vuelve hacia los jóvenes, agregando: --Tengo que decirles que hallé tres Evangelios; les traje dos de vuelta y me guardé el otro para leerlo…

¿Habrá oído el inspector el llamado de Dios? Y los que leyeron los Evangelios pasados por la frontera con tanto peligro, ¿habrán recibido el testimonio de las Escrituras y aceptado a Cristo cual su Salvador? Y usted, lector, que puede comprar y tener la Palabra de Dios, libremente ¿la lee?,  ¿la cree?.

(Copiado del Calendario de taco evangélico La Buena Semilla, correspondiente a los días 25 y 26 de abril del año 1985)
Amigo: ¡Cuántas personas de países dictatoriales quisieran tener tu libertad, de poder comprar y leer reverentemente la Palabra de Dios. No la desestimes! Leyéndola podrás encontrar al Señor tu Salvador.

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