sábado, 15 de enero de 2011

El mejor vestido


A cierta juventud les enloquece la moda y cuanto más extravagante, mucho mejor. A dicha juventud les traigo un pequeño y a la vez un gran mensaje de parte de un apóstol que dijo:
Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible que es de grande estima delante de Dios. (1 S.Pedro 3. 3-4)

Soy consciente de las sonrisitas irónicas y hasta paternalistas de todos aquellos que visten a la moda de los ponkies o a la de los new gais… pero ahí queda el antiguo mensaje que, no deja de ser actual.

Los unos como los otros están tan puestos en llamar la atención, que no tienen lugar para Dios. Pero han de saber, que todo eso terminará pudriéndose y pereciendo, y sólo permanecerá el adorno de adentro, el interno, el del corazón,  de todos aquellos que así lo hayan elegido.

Para otros, su preocupación por el vestido, no es por la moda sino por la falta de trabajo. No dudamos que su angustia es más sensata…

A los últimos les aconsejo que se dirijan a Aquel que dijo: ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?… Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, Y TODAS ESTAS COSAS os serán añadidas. (Mateo 6. 25-34)

Querido amigo, si tienes una Biblia o un Nuevo Testamento, te recomiendo que leas en (S.Lucas 15. 11 al 32) donde el Señor Jesucristo narra la hermosa parábola del hijo que pidió a su padre la hacienda que algún día tendría que heredar… Ya sé que la sabes, pero permíteme recomendarte que la vuelvas a leer y muy despacio, poniéndote tú en el lugar de ese hijo. Si lo haces, comprobarás la vida que adquiere dicha parábola.

Cuando se marchó del hogar con la herencia, se fue lleno y muy contento, pero en poco tiempo se quedó vacío de todo… sin dinero, sin amigos, sin trabajo… Pensando en la locura que había cometido, arrepentido, pensó: ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí, perezco de hambre. Iré y le diré a mi padre… No sólo lo pensó, sino que volvió al padre y le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: SACAD EL MEJOR VESTIDO, Y VESTIDLE… porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.

De la misma manera, todos, espiritualmente, al igual que el de ese hijo, nos hallamos desnudos ante los ojos de Dios, porque: ¿A dónde huiré de tu presencia?… y El que hizo el oído, ¿no oirá? El que hizo el ojo, ¿no verá? El que castiga a las naciones, ¿no reprenderá? (Salmo 139. 7 y 94. 9-10) No hay nada que Él no sepa de nuestra vida. ¡No le podemos engañar!

Tontería tenemos con querer cubrir nuestros pecados con el vestido de la religión, o con el de las buenas obras, etc. No hay vestido aquí en este mundo que nos pueda cubrir o tapar, o todavía menos aun, limpiar un solo pecado de los muchos que cometemos; pero el Señor, en Su misericordia, nos ha provisto de un remedio fácil y gratuito para todos nosotros, pero  muy costoso para Dios… Dicho remedio nos viene desde la cruz, donde su Hijo pagó el precio de nuestros pecados, para que ahora, todo el que se arrepiente y cree en Él, no se pierda mas tenga vida eterna, …porque la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 S.Juan 1. 7)

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