sábado, 22 de enero de 2011

¿Has visto tu joroba?

Es muy humano el ver y el criticar los defectos de los demás, como también es muy habitual, por nuestra parte, el no ver  nuestros defectos; y si reconocemos alguno le echamos las culpas a las circunstancias, alegando multitud de pretextos muy plausibles y encomiables. Total: Que si todas las personas fueran como nosotros, es decir, como tú y como yo, el mundo sería un paraíso y una balsa de aceite! (¿?)

Lo queramos o no reconocer, desde que el pecado hizo su aparición en este mundo, todos somos imperfectos, unos con más giba y otros con menos, pero todos con joroba, me refiero a que todos, sin excepción, somos pecadores, pero nuestra chepa ninguno de nosotros la vemos.

Si alguna vez, alguien, intentó mostrarnos algún defecto, de los muchos que tenemos, enseguida nos ponemos a la defensiva encontrando mil justificaciones como: Eso me lo dice por envidia... O, ¡mira quién vino hablar!…

Para que un jorobado pueda ver su chepa tiene que ponerse delante de un espejo. Y para que una persona pueda ver sus defectos tendrá que mirarse en el espejo de la Palabra de Dios. Ante él, no valen los razonamientos, porque el espejo tiene la virtud de reflejar lo que somos.

Jesús, usando dicho espejo dijo: A unos que confiaban  en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, se propicio a mí pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (S.Lucas 18. 9-14)

Como el lector habrá podido observar, el fariseo, no se miró en el espejo y por lo tanto no se vio su joroba. Pero el publicano -un cobrador de impuestos para Roma- era odiado por los judíos por recaudar para el invasor y por hacerlo abusivamente. Consciente de los excesos que había cometido, solo sabía decir: Dios, se propicio a mí pecador.

¡Eso es lo único que todos tenemos decir ante un Dios tan santo! Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; pero, no hay quien lo entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. …Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos -echados, fuera- de la gloria de Dios. (Romanos 3. 10-12 y 22-23)

Hubo otro publicano que quería ver al Señor Jesús porque no era feliz. Como era pequeño de estatura y el Señor iba rodeado de gente, no le podía ver; entonces se subió a un árbol y allí espero que pasara para verle, y para su sorpresa Jesús le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Una vez en casa, Zaqueo puesto en pie dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa. (S.Lucas 19. 5-9)

Amado lector, por le bien tuyo, confiésale a Dios tu pecado y no seas como aquel jorobado que no quiere ver su joroba.

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