domingo, 30 de enero de 2011

Ni fatalidad ni casualidad

Son muchas las personas que cuando sufren un accidente, son consoladas diciéndole: Era tu destino; dando por  sentado que eso tenía que ocurrir a esa hora, en ese día y en ese lugar. Tal creencia está muy arraigada en la sociedad. Pero todo eso es pura superstición, y como tal está muy lejos de ser real o de ser verdad, por lo tanto, no nos dejemos engañar.

Sé que muchas personas dicen la frase: era su destino, con el fin de calmar al amigo que está inquieto, culpándose por algo, que según él, pudo evitar, si hubiera agotado todos los recursos al alcance de su mano, pudiendo así impedir el final trágico que tuvo su hijo o el de su esposa, etc. Es entonces cuando el amigo le dice: No te martirices, era su destino. Intentando demostrar que todo esfuerzo hubieran sido inútil.

Como quiera que el tema es amplio y nuestro espacio es reducido, me limitaré a analizar las decisiones que nosotros hemos de tomar, y no la fatalidad ni la casualidad.

El lector ha de saber que nuestra vida como nuestro futuro material y espiritual no dependen del azar ni del destino. Nuestro futuro eterno puede ser feliz o infeliz, pero dependerá de la acertada o desafortunada elección que hagamos; ya que sin duda alguna, sólo depende de nosotros y no del destino, ni de la fatalidad, ni de la casualidad. Los culpables de nuestro designio eterno, somos nosotros. No acusemos al Diablo ni tampoco a Dios. Estudiemos algo de ambos:

EL DIABLO. Si el amado lector se viera en el infierno, (deseo y espero que no) no sería por culpa del Diablo ni del destino, sino porque tú y sólo tú, así lo quisiste. Porque el derecho de elegir tu futuro es sólo tuyo y NADIE te lo puede arrebatar, ni tan siquiera Satanás. El atormentado gadareno, poseído por unos dos mil demonios, éstos, no pudieron evitar que fuera a Jesús, le adorara y se salvara, ya que sólo la persona es la que tiene la capacidad de decidir lo que quiere para su alma y su futuro eterno.

DIOS. Según consta en su Palabra, nos hizo a Su imagen, conforme a Su semejanza, (Génesis 1. 26-27) y en virtud y por dicha semejanza, nos dio libre albedrío y una voluntad propia, con la cual podemos obedecer a Dios, desobedecerle, bendecidle o maldecidle, si queremos.  ¡Somos dueños de nosotros mismos! Es cierto que con la entrada del pecado en el mundo, nuestra inclinación es hacia el mal, y por lo tanto, somos esclavos del pecado al cual obedecemos; pero con todo, nosotros tenemos la última palabra, pudiendo deshacernos de él, si así lo deseamos y se lo pedimos a Dios, porque: si vosotros permaneciereis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. …De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. …Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. (S.Juan 8. 31-36)

Es evidente y queda claro, que no es cierto que unos nacen destinados para el infierno mientras otros llevan la estrella del cielo. La prueba más indiscutible la tenemos en que Dios mandó a su Hijo para salvar a todo el mundo, como lo demuestran los versos siguientes: Dios:  …quiere que TODOS los hombres sean salvos. (1 Timoteo 2. 4) Porque de tal manera amó Dios al mundo, (no a unos sí y a otros no) que ha dado a su Hijo unigénito, para que TODO aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. (S.Juan 3. 16-17)

De modo que tu futuro eterno sólo depende de ti. ¡Tú eres quien eliges tu destino y a nadie puedes culpar!

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