domingo, 30 de enero de 2011

¿Con qué metro te mides?

El tercero de mis hijos, sólo tenía cinco años cuando me dijo muy serio y convencido: Papá, mido tres metros. Divertido por su ingenua afirmación le dije: Vaya, vaya, lo grande que eres; pero, ¿con cual metro te has medido? Y él, ignorante de lo que es un metro, me enseñó una varita y me dijo: Con éste. Era un palito de unos 25 centímetros y con dicho metro se había medido…

Según “ese” metro, él medía tres metros, pero según el metro que todos conocemos, no llegaba al metro. De forma parecida, nosotros calculamos nuestro pecado: ¡Con nuestro metro!, olvidando que el día que seamos juzgados será ¡¡con el metro de Dios!!

Cuando hablamos de una persona, solemos dar nuestro veredicto diciendo: Fulana es buena o mala persona. Pero, ¿de dónde hemos sacado el patrón, molde o modelo para saber evaluar con justicia a dicha persona? Sin darnos cuenta, la estamos comparando con nosotros. Nosotros somos el punto de referencia. Es seguro que lo hacemos instintivamente cegados por nuestra exagerada estimación que tenemos de nosotros mismos.

La cruda realidad es que ni tú ni yo podemos ofrecernos como prototipos ni como modelos de santidad ante este mundo y mucho menos ante Dios. Sé que los hay peores que nosotros, pero también los hay mejores. Entonces, ¿a quién elegiremos como modelo que pueda darnos la talla? Estoy seguro que nadie de este mundo ha podido ni puede llenar estos requisitos. Que, ¿cómo estoy tan seguro? Porque sólo Dios tiene la medida exacta para sopesarnos, y dicha medida son sus diez mandamientos de la ley, los cuales ningún mortal ha logrado cumplirlos. Dios nos dice: No hay justo, ni aun uno… Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles… no hay diferencia, por cuanto TODOS pecaron, y están destituidos echados fuera de la gloria de Dios. (Romanos 3. 10 a 23)

Como ejemplo veamos uno de esos mandamientos: No cometerás adulterio. (Éxodo 20. 14) Todos nosotros tenemos conocimiento del mandamiento, pero, ¿qué valor le damos a dicho precepto del Señor? A juzgar por nuestra manera de vivir me temo que ninguno. Desgraciadamente tenemos más miedo a los humanos que al juicio de Dios. Es terrible, pero así es. Y es, porque el pecado ha creado una barrera tan grande entre Dios y la persona, que ésta se ha endurecido. 

Es del dominio público que un tanto por ciento elevadísimo de las parejas de novios están fornicando, es decir, están teniendo relaciones sexuales. Para Dios, esto es un grave pecado, pero a los padres sólo les preocupa que su hija venga embarazada y no que esté fornicando. Quizás te digas: ¡Que disfruten, pero que no venga preñada! Si es así, yo te pregunto: ¿Qué metro o patrón estás usando, el de la indiferencia? ¿Dónde está tu moral? ¿Dónde está fe? ¿Qué clase de cristianismo tienes?

Has de saber que Dios no cambia y sigue diciendo: No cometerás adulterio. Como también en (Hebreos 13. 4) Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; sin mancha; pero a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios. Y en (S.Mateo 5. 27-28) en el Sermón del Monte dijo: Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.

¿Por qué te detienes? ¡Ven a Dios, y arrepentido pídele el perdón de tus pecados por medio del Señor Jesús! Amén.

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